- Era el rey. Se sentía acalorado y rendido al acabar la tarde de trilla. Olía a sudor limpio. A cebada y trigo. A sueños incandescentes y tibios. En sus labios finos, un silbido profano y melódico, de alguna diosa cantante, de sus amores radiofónicos._ ¡Viernes! y daba un brinco de felicidad, mientras quitaba las jaquimas a sus mulas y les daba libertad. Sabía que esa noche en la discoteca, había música nueva. Aliviaba a los animales cansados y sudorosos, que lo seguían, sacando agua del pozo natural de la cerca, mientras bebían sedientas, las bañaba, echándoles cubas de agua fresquita, sobre los lomos de terciopelo, después se iban trotando a los extraños pastos del verano, felices. Miraba a las higueras generosas y sus inmensas parvas de higos frescos a sus sombras oportunas. Al paseíllo de las hormigas negras, con múltiples y variados manjares. Oía el canto de lo conocido y desconocido adivinando sus murmullos. Contemplaba el volar lento de las cigüeñas. Sentía el deambular de la brisa por su cuerpo empapado de sudor. Ya, como poseído por todas aquellas sensaciones, se desabrochaba las botas. Se quitaba los calcetines, repletos de cebadas y polvillo. Al borde del pozo iba dejando su desgastada ropa; mientras silbaba, absorto, con esos labios finos, una melodía lenta con oración: _ ¡Hoy es viernes chaval! Las caricias impúdicas de la brisa lo abrasaban, recorriendo todas sus fronteras, un escalofrío placentero erizaba su piel canela y se sumergía, sin prisas, en la pila fresquita, desnudo y libre, como libre es la inocencia. Su Ted morena y esplendida, brillaba con las luces y sombras de la naturaleza expectante. Agitaba el agua sobre su cuerpo. Venían a su mente los barquitos de su infancia, bamboleándose sobre las olas altas y peligrosas que agitaban su cuerpo. Se sumergía, escuchando en la profundidad la suplica de los náufragos. Su sudor enamorado, emergía enlutado, hacia la superficie verdosa del mar agitado, respiraba profundamente, diluyéndose en el atardecer evanescente del verano maduro y fiel, con un: _ ¡Hasta siempre muchacho! Digno, era comido por el aire burlón y llevado a las estancias secretas de lo invisible. Entonces emergía puro y limpio de la pila diciendo e invocando a su dios particular: ¡Viernes! ¡Viernes!. Lo esperaban en el antro pecaminoso de la discoteca, los lentos emocionantes y las baladas eléctricas. Unido, pegado, fundido al cuerpo de alguna bella, tabú sereno y deseado. Sintiendo los sofisticados pechos, jóvenes y turgentes, balanceándose con descaro sobre él. Oliendo la limpieza suave de un perfume una y otra vez.. Una locura atrevida para los sentidos. El latir de la noche acababa de empezar. Sus tribus eran generosas. Las turbias luces oscuras, poseían las voluntades de dos volcanes en erupción. La columna vertebral parecía crujir a ambos, como relámpagos invisibles, que saben donde acertar. Las manos inexpertas, subían y bajaban, muy lentas, cansinas de sesear y palpar, las espaldas vestidas y estafadas por la ropa, que molestaba. Mientras, el poder de las melodías, bajaba al amor imaginario para ser poseído y el veneno cálido de los sueños rotos, era hilvanado nuevamente, en otra noche, para ser revivido en la piel. Los labios susurraban nerviosos, promesas y deseos. Seguía el monótono balanceo de los pasos, enlazados entre sí. Las cabezas apoyadas sutilmente en las mejillas sofocadas y ardientes. Con miradas perdidas en la noche. Envueltas en colores tenues. El suelo tendía su alfombra voladora. Extasiados por sueños ricos y poderosos. Robados por hadas del placer. Perdidos sin rumbo. Solo la oscuridad. En madrugada alta y generosa. La cintura quemada. La piel marcada por los dedos, vida o castigo. Besos primerizos y temerosos. Los alientos mentolados y de fresas, unían sus lenguas en la batalla ganada de ante mano. Los cañones del aliento invadían una y otra vez las trincheras del rostro. De los rostros poseídos en dunas de vao y disparos de besos descontrolados y certeros. Tomando y retomando, sin reservas todo lo tocable del enemigo. Y los colores postizos, embajadores de las provincias del deseo, intuían el descalabro de tantas batallas, emocionantes y eléctricas. La noche, puta y certera, puso a las horas en guardia y con condiciones, de pronto se iluminaba todo, con otros ritmos mas acelerados, la guerra se retiraba sonrojada, los cuerpos sacudían sus últimos cartuchos, las lenguas descansaban en sus guaridas cansinas y malhumoradas, escupiendo maldiciones. El faro tenue de la oscuridad, dejo por fin su equipaje oscuro. Simplemente bello, el Alba, gritaba y echaba sus sábanas al inmortal Tiempo. La chica tenía que ir al baño, siempre socorrido. Mareada de excusas. Chorreando por la batalla. Desencantada quizás, por el poco porvenir de sus sueños. Él se quedaba de pié, en medio de la pista. Hablando con el Alba. Dando las gracias al Destino. Sacando un pitillo arrugado por la contienda. Feliz. Esperando entre calada y calada el fin de la madrugada. El sol reluciente de la tarde de verano secaba la piel bronceada del muchacho. Las mulas habían desaparecido de su vista. Vaciaba la pila inexperta de deseos profundos, mientras el reguero de agua dorada y desteñida, soltada inocente, por la paja humedecida y débil, se perdía en los surcos y senderos de la Tierra Madre enamorada y sabia. Algunas hormigas, viajaban sorprendidas por la riada de oro, hacia otros destinos distintos. Los grillos salían hábiles de sus escondites múltiples. Alguna libélula se contemplaba insegura en los espejos de los regueros. Las sombras invadían seguras la tarde cálida del verano. Unos labios finos y formales decían por undécima vez…_ ¡Hoy es viernes!
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miércoles, 16 de marzo de 2011
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